Al rescate de la poesía: "Es el espejo un agua rigurosa", poemario de Federico Patán

imagen de arte en blanco y negro de tres botes flotando alineados sobre un lago en calma, al fondo se observan los arboles del bosque y un día soleado que se refleja en el agua.

Hay un camino planeado en la rítmica de las palabras escritas por Federico Patán en este libro, son poesía que atestiguan las trampas y desconsuelo de la memoria.



En “Es el espejo un agua rigurosa”, Patán decide hacer un recapitulado de las sensaciones que se experimentan al paso de la vida: las errancias que sobrevienen a la vida misma, el camino que se graba y se consulta desde los días futuros llenos de preguntas y trayectoria aún no concluida, las de la muerte y su latente presencia. Todas desde la mirada de un poeta que avecina el alcance de los años, pero va calmo y nostálgico de si mismo. Un poeta que intenta atrapar en sus palabras aquello que siente que se va, deteniéndose en su destino último que no es la muerte ni el olvido, es la escritura.


Son poemas de tenue nostalgia los que habitan en las hojas de este libro, dejemos entonces que el poeta sea mirado, como el dirá más adelante, por el niño con azoro y, náufrago de ayer, le de sus mares y calle.



////////////   de errancias


Fui niño     

Supongo que fui niño con un pueblo
de calles amilanadas por el aburrimiento
y horas muchas en las cuales mirarme
desacralizando el mundo adulto
con juegos que eran risa vuelta movimiento
y noches de sereno olvido,
la luna desde un cuento desdiciendo
las aseveraciones de mi padre,
que en la impuesta severidad buscaba
un modo de educarme para el mundo
con un beso ocasional a modo de cariño.

A veces, allá adentro,
escucho los retozos de aquel niño
y le entrego las calles del presente
y lo miro mirarme con azoro
y, náufrago de ayer, le doy sus mares
y callo, la luna un cuerpo astronómico
hecho de órbitas y masas
y algunas otras duras especificaciones.



Memorias      

La memoria, ella sabrá por qué,
privilegia momentos y paisajes
y la obedezco, claro, obsesionado
tan vanamente
por descubrirla en falla.

Porque, esos paisajes, le pertenecen
y yo los siento míos
en los breves instantes que los deja
como al descuido
cerca de mis nostalgias.

Entonces, breve también mi urgencia
en el temor de verlos escaparse,
miro de mirarme en ellos
como ellos me vieron antes
de ser memoria

y no hay sombra ninguna que me diga
lo que fui

y sí muchas que afirman
lo que voy dejando de ser
porque al instante mismo
de haber vivido cada instante
comienza la memoria a hacerlo suyo

dejándome al margen de mí mismo.



////////////  del camino


Nostalgia      

Cedo a la nostalgia:
el camino avanza el espacio
que los ojos permiten
y parece evitar las sutilezas
y acomodarse, fiel, a lo esperado.

acaso en lo fiel habita la nostalgia.

La nostalgia vive en la memoria.

No, no es así.
Vive en los intentos de memoria
que nos permiten creer en un pasado.

¿Será la nostalgia aquel engaño
que nos concede vivirla en el anhelo?

avanzo por el camino de regreso
mientras avanzo por el camino
que irá siendo nostalgia.



Hombre en un paisaje   

Camina sin tocar el paisaje,
un poco de luz sobre la ropa
y algo de brisa en el cabello blanco.

Camina sin tocarse de prisa,
sin tocar el descanso,
sin mucho penetrarse de tiempo,
olvidando a la espalda lo que viene.

Me descubre a lo lejos y me mira,
yo que a la espalda tengo lo que tuve.
Con gesto leve pausa nuestro avance
y sus ojos ¿son tristes?
y pregunta, no siento en él rencores,
¿dónde mi infancia?

Miro del camino ambos extremos
y una suave amargura
asciende hasta mi boca.



////////////  de la muerte


Amanecer      

El crascitar del viento.
en la arboleda, luto.
La hondonada recoge silencios
y los vuelve profunda amanecida.
El sol entierra sombras por las ramas.
En mi raíz, el sueño concede su derrota.
Abro los ojos, pálidos de día,
y concedo meterme en la conciencia.
Hay un temblor de espíritu dolido
ante el tictac absurdo de la hora.
Ya cerraré los ojos a su tiempo.



Pasear el otoño   

Pasear en el otoño, en el silencio
de árboles tranquilos y senderos
ya sombra,
adelantar el límite del parque
sin aún percibirlo
y adelantar la tristeza de alcanzar
ese límite
y usarla de acicate para el gozo presente.

La hoja caída me aguarda, me detiene,
la miro sin definir al pronto
su condición extrema
y luego me ensimisma su presteza
en morirse
y el ocre silencio de tal muerte.

Decido alguna belleza descubrirle.
Miro su decaído tono de tiempo
ya caduco
y me digo: no demasiado atrás tuvo
su sangre
capacidad de verde
y en ese instante mismo
un asomo de brisa pone un temblor
de intento
en la inmóvil materia que contemplo.

Las memorias me apresan y,
en ellas sumergido,
avanzo hacia el límite del parque.
Sin prisa, desde luego.



Autorretrato    

El tiempo, paciente como
es en sus acciones,
un cierto presagio de silencio
pone en las horas en las que se descuida
el laborioso escudo con que menguo
la presencia callada de la arena
que fluye y va fluyendo
por las venas cronológicas del cuerpo.

Habla el tiempo y le escucho sus razones
porque son filosóficas e intuyo
que adelanta respuestas a mi angustia
que mi angustia no entiende
porque se empeña en darles otro idioma
y no aquél tan sencillo
que la muerte propone a quien la escucha.

Habla y la oímos con oído ralo
que se nutre de ecos interiores
y los ecos se mezclan al discurso
y cambian su proeza en variaciones
y así viene a pasar que en cada miedo
el tiempo se vuelve autorretrato.



Horas    

No toda muerte carece de sentido,
escucho,
mas, ay, toda muerte carece de sentido.
Tanto caminar y llego adonde espera
un silencio tan denso que mis ojos
no ejercen su potencia.

Carece de sentido ahora, ya de tarde,
cuando habito un reloj que tiene prisa
y no aquel otro lejano, cuando niño,
abundoso en horas amplias
y horizontes luz todos.

Carece de sentido y por lo tanto
lento caminaré dando a las horas
toda la densidad que de mí acepten.



Colores   

Desde la (a)leve cima hasta el mar
hay un descenso que pensamos suave
si bien lento,
como si no tuviera prisa aquella senda
en dejarnos sobre la playa
y junto al oleaje.

Aquí arriba el sol prefiere azules
y es diestro en ponerlos donde
corresponde,
dándoles como escolta verdes y amarillos
y algún tímido rojo en disolvencia.

No mucho después es ocre el
predominio,
opacos ya los verdes y el amarillo
ausenta
su cuerpo hacia el morado,
carcomido de tarde.

Y de pronto son grises los que fueran
idioma de colores más latientes
y en cuanto llega al mar la senda
nos hundimos
en la negrura
de una noche sin geografía precisa
excepto por el rítmico citatorio
de las olas.



/////////////////////////////

"Es el espejo un agua rigurosa"
Autor Federico Patán
Ed.  Universidad Autónoma Metropolitana
2008
Libros del laberinto serie menor.



Federico Patán es nacido en Asturias en 1937 y pertenece a la generación hispano mexicana, es decir,  aquellos que nacen en España pero se desarrollan como escritores en México.




También estamos en: Twitter / Pinterest / Google+



Publicidad